martes, 16 de julio de 2019

Nelson Ledesma no se puso Colorado

Con un birdie final el tucumano se consagró en el TPC Championship y se ganó un lugar en el PGA Tour.

Ledesma se adueñó de un torneo estadounidense por segunda vez en su carrera. Foto: La Gaceta.

jueves, 11 de julio de 2019

El último gran tirador

Un escolta efectivo que hizo su nombre a base del juego. Un paralelismo entre las 2 vidas: una deportiva plagada de momentos felices y la personal que hizo replantear muchas decisiones. No arrepentirse de nada y asumir los riesgos: ahí está clave.



Estaba lejos ese día, lejos como ya era costumbre, lejos de los afectos, solo con sus ideas y su personalidad. “Ring, ring, ring”, se oyó en el teléfono de “Ricky”, andaba por Chaco integrando el equipo de Asociación Española de Charata. Una voz angelical de una niña de 4 años le habló con un pedido firme: “Papá volvé, yo te quiero ver ya”;  no necesitaba más palabras para saber que era una de sus hijas quién lo llamaba. “Papá volvé, yo te quiero ver ya”, se escuchó por segunda vez y luego se repitió con insistencia,  entrecortada por el llanto que generó decirla. La piel de se llenó de sentimientos, por su cabeza pasó el temor de perder contacto con la familia, que es como morir en vida, y partió a su ciudad.

Hace frío, bastante, no debería extrañar, desde el lunes está así y a mitad de semana nada cambió. Las nubes se intercalan en el cielo, compiten por ver cuál es más gris. Arriba de mi cabeza, casi en ángulo cenital, un letrero marca “Club Belgrano Cultural y Deportivo”, metros más allá 2 chicas y 3 muchachos corren pero en cintas de gimnasio. El viento sopla y trae una helada en cada ráfaga, la gente pasa con un aspecto común, todos usan gorros, todos usan bufanda, todos tienen el cuerpo caliente de tanto fresco; la mayoría se esfuerza más y hasta camina con guantes.

En el interior es todo más cálido, tal vez por las luces, tal vez por ser un área con techo bajo y cerrado, tal vez haga falta que sea así para soportar el frío. De repente un motor baja de a poco su intensidad hasta quedar nula. Llega 15 minutos antes de lo pactado en su moto, muy abrigado, porta 2 camperas porque la helada no se soportaba con una sola. Trae casco que termina en punta, casi una réplica de los que usan los corredores de motociclismo, tiene el cabello blanco y corto, barba también blanca que bordea toda la boca, los brazos aún fornidos de tantos entrenamientos en su vida, aun con la campera se distingue ese detalle.

Lauro Ricardo Mercado tuvo varios apodos, 3 para ser más específico, aunque en el inicio fue “Ricky”, el resto fueron surgiendo a medida que se acrecentaba su figura como jugador. Éste hombre que ya pasó los 50 años es muy diferente a aquel muchacho que a los 11 años aún no tenía en su vida la idea de dedicarse al básquet. Lo suyo era otra cosa, jugaba al fútbol con chicos de entre 18 y 20 años, él era mucho más joven, la pubertad no se había presentado en su vida, portaba baja estatura y por eso se encargaba del arco. Integraba el equipo de la zona donde vive pero no lo hizo mucho tiempo, ese puesto bajo los 3 palos le dejó varios golpes por partido, por eso un día su mamá Francisca le habló y ordenó que abandonara su actividad actual y se enfocara hacer otra cosa; concluyó pasarse a la pelota naranja, no era mucho esfuerzo, tenía el Club Barrio Jardín para entrenar a 4 cuadras de su casa.

Arrancar la disciplina no fue fácil, en el inicio renegaba mucho por tener que ir a practicar, luego se le hizo tan costumbre esa rutina que se volvió amante del deporte, se pasaba gran parte del día en las instalaciones. Estuvo un par de años en el club hasta que su tío “Caticho” vio el interés que Mercado había tomado por el deporte y se lo llevó para Club Caja Popular. Tenía 17 años cuando se puso la camiseta roja y blanca para hacer su presentación oficial en Primera División. Al año de su debut inició su experiencia en torneos importantes a nivel nacional, Caja Popular se inscribió en la Liga B (segunda categoría del básquet nacional por esos años) y él formó parte del plantel que consiguió el ascenso al Primera. El club de calle Bolívar fue el primer campeón (1985) en la competencia que hoy adopta el nombre de Liga Argentina.

En esos primeros años de formación en el Club Caja Popular tuvo a uno de los técnicos que más lo marcó en su carrera: Martín Vera. Vera estaba retirado y era uno de los entrenadores de esa institución. Lo que más recuerda Lauro de su ex DT es la forma en que argumentaba, toda enseñanza aplicada tenía un porqué. También le orientó para mejorar sus tiros de libres y le inculcó el aspecto competitivo. Si bien de todos los técnicos que tuvo rescató algo, Vera es el primero de un listado “Top 3”. Luego viene Guillermo Edgardo Vecchio y completa la nómina Rubén Magnano, los últimos 2 reconocidos entrenadores del deporte a nivel nacional. Vecchio fue campeón Panamericano de Argentina en 1995, en tanto Magnano fue múltiple campeón con la selección nacional. Seguramente el título más recordado es la medalla de oro lograda en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.

Cada vez que habla sonríe o se ríe, gesticula mucho, dice varias cosas en tono jocoso, habla con esa alegría propia de quién no tiene deudas en su vida, en ningún aspecto, está en un buen momento, no sé si el mejor pero su vida actual no tiene complicaciones y eso basta. Hasta viaja seguido, no por vacaciones sino por trabajo pero eso le sirve para despejar la mente, maneja sus propios horarios y eso ayuda hasta planificar una reunión. Se nota alegría en sus palabras.

Lauro jugó en Club Caja Popular, Olímpico de la Banda, San Jorge de Santa Fe, River, Lanús, Luz y Fuerza de Misiones, Obras, Belgrano CyD, Venado Tuerto y Estudiantes (Tucumán) según recuerda su memoria. Cuando lo dijo omitió 2 instituciones, no lo recuerda pero también integró los planteles de Central Córdoba y Asociación Española de Charata, equipo perteneciente a la provincia de Chaco.



En cada lugar donde estuvo le puso pasión, estaba decidido a tener al básquet como estilo de vida y sabía (o imaginaba) las reglas del juego porque el tiempo y su carrera le hicieron conocer todas cuando tomar decisiones se hizo más difícil.

Sigue fresco, menos que la primera vez que entrevisté a Lauro. Nos sentamos en un comedor para seguir charlando, las sillas están frente a frente, son negras con patas rojas, traen fundas de los mismos colores de ellas pero con diseños, parece apta para una escena de 2 tipos que se dirán cosas en la cara. El piso es nuevo, de cerámico gris con bordes marrones, a su espalda una pared de ladrillo barnizada, una luz blanca lo ilumina casi de perfil, es la única prendida de las 2 que hay en la sala, ambas rodeadas por tulipas color beige. El techo es de chapa y tiene los perfiles pintados de blanco.

Lauro habla y es claro en sus conceptos, lo hace con convicción y conciencia, sabe que lo que expresa queda registrado pero ya tomó decisiones bastante tiempo, hacerse cargo de lo que cuenta no es nada comparado con la noche en que sintió “miedo sentimental”, no lo dice de manera clara pero puede haberse cruzado por su cabeza si valía la pena dejar una familia por seguir con su carrera. De todas formas la vida se basa en eso, elegir, sólo que el deportista tiene unas extras porque también toma riesgos durante el partido.

El primer dilema lo tuvo cuando estaba en la Facultad, cursaba la carrera de Ciencias Económicas y se le presentó la oportunidad de salir de la provincia, lo pensó, habló con sus padres y optó por partir a Santiago del Estero para ser nuevo jugador de Olímpico de la Banda.

Con la experiencia de haber participado en un torneo nacional su desafío siguiente era jugar en un nivel superior. Debido a que era joven no fue con una decisión firme a la “Madre de Ciudades”. Eran los primeros pasos de los torneos nacionales de básquet, tenía varias dudas, que le pagaran era una de ellas. Su iniciativa fue probar 1 o 2 años, si no veía con buenos ojos su vida deportiva seguro retornaría a Tucumán.

Llegó al club santiagueño con ilusiones pero el técnico fue directo y sincero en su primer encuentro. Hablaron y le aclaró que él no lo había pedido, que estaba ahí porque lo contrataron los dirigentes. Optó por quedarse sabiendo que no iba a ser titular y que arrancaba muy atrás para ganarse un lugar. Evaluó su destino en el hotel y apostó por quedarse a luchar. Terminó saliendo bien. Ese club fue el puntapié de un periodo donde estuvo 10 años sin volver a vestir la camiseta de algún club tucumano.

La vida de Lauro no está alejada del básquet. Estuvo un tiempo sin jugar pero ahora volvió a la actividad e integra el equipo de Veteranos de Belgrano CyD. Lo hace por la pasión intacta que tiene sobre el deporte, tiene una molestia en el hombro pero eso no lo detiene. Cada vez que el grupo de mayores de 45 años tiene fecha él se hace presente, se calza la eterna “6” que siempre tuvo en su espalda y se manda a la cancha. Cuando no está en los partidos se dedica a su familia, a compartir con sus hijos de la segunda esposa; ese tiempo también se distribuye en trabajar.

Tuvo una primera mujer. La conoció en su juventud, estaba muy enamorado y de novio, en plena relación se presentó la oportunidad de salir de Tucumán; su novia no quería quedarse sola por lo que acordaron casarse. El destino marcó aquella decisión cómo una indirecta de lo que fue su vida años después.

Mucho tiempo estuvo moviendo a su familia de ciudad en ciudad, Santiago del Estero, Chaco, Misiones, Santa Fe, Buenos Aires, Lauro pasaba por los clubes y todos en ciudades o provincias diferentes; sus hijas crecían casi tan rápido como su carrera pero el constante traslado debilitaba la relación. Las niñas necesitaban contención, no interpretaban porque papá pasaba poco tiempo con ellas. A su primera mujer también le costó. Reconoce que son las reglas juego y se acostumbró a ellas, aunque tomar las decisiones sobre donde seguir la carrera se volvió más difícil, empezó a viajar sólo porque a su familia le costaba mucho seguir el ritmo de cada traslado.

La primera vez que estuvo solitario en otra provincia fue mientras integraba el plantel de Lanús, venía de River y acordó con esa institución. Su mujer no quería saber nada con estar en esa parte de la ciudad, dijo que era insegura, Lauro reconoció que era cierto, si no sabías por donde caminabas la podías pasar mal.

10 años anduvo afuera de la provincia, con todas las complicaciones que generaba ir de acá para allá. Jugó en la época de los 80´y 90´, cuando la tecnología no había avanzado, cuando las llamadas se hacían por teléfonos fijos, cuando los más cercano que podías estar de un ser querido era escuchando su voz del otro lado de la línea.

Decidió acabar con esa vida fuera de Tucumán la noche en que su hija, entre llanto, le pidió con clemencia que regrese, era jugador de básquet, pero también papá y no podía seguir lejos de su familia. Perder un partido no se compara con perder el afecto del entorno íntimo; estaba cómodo afuera pero decidió dejar todo.

La vuelta no bastó para evitar que el matrimonio se separara. Tantos años de mudanzas, largas noches estando alejados, él jugando y sufriendo porque su familia no la pasaba bien, ella reprochándose porque su marido era deportista y no tenía otra profesión desgastaron una relación que se forjó a base de amor y se deshizo por “las reglas del juego”, como él las llamó. El anhelo más grande de muchos (tener familia) le jugó en contra en la vida deportiva.

Hace unas semanas jugó a la noche en Belgrano un partido de Veteranos ante CEF Mar y decidí llegarme para verlo en acción y registrar lo que queda de actuaciones del hombre que hace 10 años ya no pisa una cancha de manera profesional. La noche era fría, 4° grados marcaban las páginas de Servicio Meteorológico. Estaba ideal para quedarse en casa y no salir.



Me hallé con 3 personas nomas en la tribuna, una mujer rubia, flaca, sentada en una de las escalinatas, muy abrigada, la mayoría de su ropa es de color negra, en invierno es ideal para darse calor. Mira el partido con bastante atención, se nota en sus ojos que el trámite del mismo realmente le interesa; alienta a los jugadores. Primero grita a Gonzalo y luego a Lauro, a metros de la cancha corre una pareja de niños, el varón es unos años mayor que la niña, de vez en cuando vuelven hacia la zona del parque, miran el partido, en realidad casi que el resultado parcial nomas porque se van de nuevo a jugar en la cancha alternativa. La niña regresa llorando, típica pelea de hermanos que se solucionan tan rápido como se olvida un enojo en la niñez. No está ni 5 minutos con la madre y parte de nuevo.

Ese paisaje es muy habitual cuando juegan los Veteranos porque son la familia actual de Lauro, lo van a ver en cada presentación. Los hijos de segundo matrimonio llegaron cuando el retiro era una decisión que solo esperaba fecha definitiva. No interpretan bien quién fue su padre, sólo lo conocen como jugaba por lo que cuentan sus ex compañeros o por haber visto algún recorte de diario. Por eso tratan de comprenderlo ahora, que lo ven jugar aunque pocos minutos porque la mayor parte del partido se la pasan corriendo, riendo, yendo de un lado a otro. Son muy chicos y, tal vez, tarden años en entender hijos de quién son.

Belgrano entró en su vida con el apodo de “El Rifle” que ya lo acompañaba. Traía mucha experiencia en el juego producto de una década de carrera, siempre fuera de la provincia. Ya había logrado 3 ascensos; el primero con Club Caja Popular (1985), el segundo con Olímpico de la Banda (1988) y el tercero vistiendo el color verde clásico de Luz y Fuerza (1995), equipo misionero que dirigía Rubén Magnano. En el medio de los logros a nivel club fue capitán del Tucumán campeón del Argentino de Mayores en esta provincia en 1993, Significó el segundo título en la historia del seleccionado local (el primero en 1955 también acá) y cortar una sequía de 38 años sin festejos.Confesó que ese fue uno de los momentos que mayor felicidad le dio el deporte, lograrlo en su ciudad natal fue la esencia de su pensamiento

Álvaro Arraya era el director técnico del Patriota cuando lo contactó para unirse a la entidad. Mercado tuvo mucho que pensar, lo que había pasado con su familia lo hacía dudar si seguir jugando porque era incierto su futuro. Él no lo dijo pero, seguramente, si su destino era partir a otra provincia desistiría de esa oferta. Apostó por Belgrano ya que no se alejaba de la familia mientras jugara. Había una clara diferencia económica con respecto a los clubes en los que estuvo pero no necesitaba estar todo el día dedicado a la institución lo que le posibilitó tener un trabajo en paralelo.

Un año más tarde el equipo de Barrio Sur subió de categoría; pasó de la Liga B (hoy Torneo Federal, en 1992 se creó el TNA por lo que pasó a ser la tercera categoría a nivel nacional) al Torneo Nacional de Ascenso (actualmente Liga Argentina) siendo ésta la segunda conquista. 

5 meses iban del año 2000 cuando Alberto Marti y su equipo llegaron a la final del TNA con Gimnasia de la Plata como rival a superar para acceder a Primera. Villa Luján fue el escenario testigo de cómo Belgrano derrotó 83-80 al elenco de la capital bonaerense y logró el pasaje a la Liga Nacional.

Aquella noche quedó extrañado, su papá era un tipo que festejaba de manera medida los títulos de su hijo pero esa noche estaba eufórico, alegre, distinto, raro. Lauro no lo entendía y capaz tampoco quería, había ascendido a Primera, podía ser un motivo que cambiara la personalidad de su padre. Sin embargo esa escena de él bajando de las escaleras, corriendo a abrazarlo, él mirándolo atónito pero uniéndose a su abrazo le quedó guardada en la memoria; fue una despedida. Un ACV se adueñó de su cuerpo y falleció 10 días después.

Se quedó sin ese mismo padre que muchos años atrás no le puso impedimentos cuando quiso dedicarse al básquet, su mamá lloro cuando “Ricky” le comentó que quería dejar los estudios y la provincia para probar suerte afuera. Su papá fue lo opuesto, le dejó en claro su opinión: “si sentís que es lo tuyo dale para adelante”, fueron las palabras, alentando el comienzo de su carrera.
Si ese día su padre no estuvo convencido el tiempo le dio la razón que eso era para lo que estaba destinado su hijo; puede haber tenido cierta oposición pero luego aceptó que era la vida que “Ricky” llevaba y hasta se convirtió en un fanático más.

Mercado no es muy fotogénico, tiene un cuaderno lleno de tesoros de su carrera pero no lo hizo él sino su mamá Francisca. Son 3 cuadernos que guardan recortes de diarios donde nombran a su “Ricky” o fotos de cuando era la portada de la nota. Todos son de cuando estuvo en la provincia, cuando su madre comenzó a coleccionarlos no habían páginas web entonces solo tenía noticias de los partido que jugaba acá, al resto los escuchaba por radio o su hijo la llamaba para contarle. Las fotos y recortes arrancan en 1981 según indica la parte superior de la hoja donde está pegada la foto. Hay mucho de recuerdos ahí, una foto con el título de campeón en Central Córdoba, otra foto donde lo marca Sergio Ale, que luego fue compañero en Belgrano, otra donde “escapa de la marca de Mangiacavalli” según reza la parte baja de la nota. Es el mejor recuerdo que la abuela puede mostrarle a sus nietos más chicos, él no se interesa tanto por eso pero sabe que jamás puede perderlo por el valor sentimental que tiene.

Tras su paso por Belgrano Lauro partió hacia Santa Fe para jugar en la localidad de Venado Tuerto. Tenía 36 años y la idea del retiro comenzaba a dar vueltas en su cabeza. Aunque seguía en actividad su cabeza ya se planteaba otras metas, ya no estaba concentrado en ser 100% dedicado al básquet, incluso consideraba que había cumplido todo lo que se propuso. Esa opción de concluir con la vida de deportista tomó fuerza más y más seguido hasta que en un momento se convirtió en opción definitiva.

Sus últimas pinceladas las dio en Estudiantes, el club “Cebra” lo contrató cómo uno de los fichajes “estrella” para jugar el ascenso del torneo local. Llegó acompañado de Donald Jones, un jugador alto como un mástil, mide 2,04 metros para ser exacto, flaco, bastante. Era estadounidense y también estaba cerca del retiro porque ya tenía 47 años. Habían sido compañeros campeones en Luz y Fuerza en el 95. La empresa Mitre Tucumán Remis (MTR) se hizo cargo del sueldo de ambos. Fue en el año 2009, y con 26 años de carrera, que “El Rifle” decidió despedirse del básquetbol. O al menos de manera oficial y profesional.

Mercado está jugando de nuevo, las mismas personas que estaban esa noche siguen presentes ahora, parecen las únicas que van a ver esos partidos. Lauro llama a Lautaro, le pasa una bolsa con carpetas y le pide que se las mande a su mamá. Sigue con esa dolencia en el hombro pero no le interesa, quiere jugar, eso hizo durante gran parte de su vida y ahora lo continúa, ya en formato más recreativo y por propia costumbre.

Uno lo ve rematar al aro y se explica porque lo llaman “El Rifle”, no entran todos los remates, pero si la mayoría. Se mueve, toca pases, se ubica, busca los rebotes, Anota un doble, después otro y más tarde un triple. Le hacen falta y hasta acierta de libres. Es un ex escolta petiso para su puesto pero que aprendió a entrenarse y hacerse efectivo. Denota ser un jugador que pudo haber llegado más lejos, quedarse donde se concentra todo, “Dios está en todos lados pero atiende en Buenos Aires”, se dice; pero cuando tuvo que elegir se puso del lado de la familia, de su amor de padre, de los sentimientos que generan los hijos, del sentido propio y pegó la vuelta para Tucumán, sin la certeza de que seguiría jugando pero con la convicción de no lamentar perder el vínculo con sus hijas.

Lauro Ricardo Mercado arrancó un sueño a los 11 años porque su mamá Francisca le pidió cambiar de deporte, lo profesionalizó a los 17 y lo concluyó a los 44. Jamás se arrepintió de las decisiones que tomó y considera no tener deudas con respecto a su carrera. Siempre fue muy fuerte de cabeza y ese fue el pilar donde se apoyó cuando la vida, en modo íntimo, lo golpeaba. Jugó 27 años de manera oficial, ganó dinero, títulos y amigos. Hoy se dedica a su trabajo, la familia y esbozar los últimos rasgos de una vida deportiva que lo tuvo en Tucumán, Santiago del Estero, Misiones, Chaco, Santa Fe y Buenos Aires. Hizo lo que quiso, siempre con pasión y determinación, convencido de sus decisiones. El último gran tirador (cómo lo llaman sus amigos) hoy sigue allegado al deporte que lo apadrinó en gran parte de su vida, solo él sabe hasta cuándo.

Mirá el video de la entrevista completa aquí: